En algún lugar remoto del suroeste de Estados Unidos algunos dicen que en Arizona, otros lo sitúan en Nuevo México existe un desfiladero que los mapas modernos rara vez nombran, pero que los locales conocen como «El Cañón de la Muerte».
La historia comienza a principios del siglo XX, cuando un grupo de buscadores de oro, atraídos por rumores de una mina indígena perdida, se internó en el cañón. Días después, uno de ellos salió solo, cubierto de polvo, sin herramientas, y con una expresión de terror absoluto en el rostro. No habló jamás de lo que vio. Murió poco después, encerrado en un hospital psiquiátrico.
Desde entonces, se han reportado desapariciones esporádicas en la zona. Campistas, excursionistas e incluso un par de científicos que exploraban formaciones rocosas únicas del cañón nunca regresaron. Lo que los lugareños dicen —a media voz y con superstición en la mirada— es que el cañón devora a los que se quedan demasiado tiempo.
¿Qué ocurre allí?
Quienes aseguran haber escapado describen sensaciones inquietantes: el tiempo parece distorsionarse, los relojes se detienen, y una niebla espesa aparece de la nada al atardecer. Se oyen susurros que no provienen de ninguna parte… o quizás de debajo de la tierra.
Una leyenda indígena, mucho más antigua que los colonos, cuenta que en ese cañón habita un espíritu guardián de los secretos de la Tierra, un ser ancestral que protege algo más profundo que el oro: un umbral. Una grieta entre nuestro mundo y otro, del que nadie ha regresado cuerdo.
El último caso
En 1986, un fotógrafo aficionado desapareció tras adentrarse en el cañón buscando capturar la “luz fantasma” que, según rumores, aparece justo antes de la medianoche. Solo se encontró su cámara, con las últimas imágenes desenfocadas, mostrando siluetas humanoides entre la neblina. Las autoridades dijeron que fue víctima de una caída, pero su cuerpo nunca fue recuperado.
¿Realidad o ficción?
Ningún mapa oficial registra un «Cañón de la Muerte», pero en los pueblos cercanos aún se cuentan historias de viajeros que escuchan su nombre en sueños… o sienten la necesidad de buscarlo, sin saber por qué.
Nadie lo encuentra dos veces. Nadie sobrevive si se queda después del anochecer.